
por Hilda Henríquez de Flores
Bajo el tenue sol, la tarde es un remanso suspendido en la luz. Vagan en el cielo rebozos de colores.
Alas y cantos hacen rondas con el viento. Tras la montaña, la antorcha del tiempo se oculta con lentitud de siglo. Asisten a su viaje, el monte que espera en la penumbra, un espejo que guarda los días y las noches, un florido listón de plata ciñendo la arboleda. Se llena de calma el bosque cercano, la placidez se acoge sobre el valle distante.
Hombres y mujeres vuelven a sus casas a refugiar su afán. Detienen los niños su impulso en movimiento. Las manos de una madre, prodigarán el pan. El crepúsculo dulce, dulcifica las horas, serena las almas.
Brisas y huracán, selva y desierto, día y noche, sombra y color. Tiempo sin memoria, el sol que no claudica, ajeno a nuestra historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario