viernes, 12 de marzo de 2010

Ejercicio de las Nubes. Taller de Literatura Universidad Evangélica


El domingo 28 de febrero fue una mañana bastante emotiva y espiritual para mi, ya que he sido testigo del más hermoso escenario gracias a las diferentes formas de la nubes ante mis ojos, se reflejaba en una de ellas la imagen de un ángel con enorme sonrisa en su rostro y sus pequeños bracitos abiertos de par en par, mientras en la otra se lograba ver claramente a un niño con unas grandes pero muy bellas alas blancas que volaban al encuentro de ese ángel y a su alrededor varias de ellas en forma de algodón de azúcar, realmente fue una experiencia única e irrepetible la cual me inspiro a escribir la siguiente historia:

La bienvenida de un Ángel

Nuestra historia toma lugar en el cielo donde se percibía un ambiente de celebración por la llegada de un viejo amigo de uno de los ángeles con el cual finalmente volvería a reencontrarse luego de una larga espera razón por la cual había preparado una fiesta sorpresa para recibirlo de la manera que se merecía en la mesa adornada con un mantel largo y de una extraordinaria blancura que significaba la pureza de su alma.
Ya se encontraban preparados los más exquisitos platillos, que consistían en: un pavo gigantesco acompañado de una salsa de textura cremosa color beige, panecillos recién horneados con diferentes figuras como estrellas, lunas y por supuesto nubes, para cerrar con broche de oro, un gran pastel de forma de globo terrestre en un tono azul claro llegado el momento el ángel salió al encuentro de su amigo Juan que al verlo lo abrazo con mucho cariño y luego de un rato se subieron a una nube la cual los traslado hasta su destino. Una vez haya todos gritaron ¡Sorpresa!. Mientras Juan conmovido dejo rodar unas lágrimas sobre las mejillas a la vez que se les agradecía el ángel por tan hermoso gesto, así que sentaron todos a la mesa y luego de dar las gracias disfrutaron del banquete mientras pasaban un rato ameno.

Delia María Menjivar




Las Nubes de mi pueblo.

Este fin de semana no hubo nubes en la capital. Me conforme con recrear las que miraba en Cojutepeque en las tardes de abril junto a la ceiba de mi pueblo, recostado en sus raíces, atisbando entre hojas.
Me subí a la ultima rama, la cúspide, dominante cumbre que acaricia las nubes. El viento me columpiaba en el péndulo del tiempo, entre nubes blanquecinas que removían mis cabellos.

Nubes galopantes de caprichosas figuras. Un señor de barba cana cual Sócrates, el filosofo; una dama soñadora como Claudia Lars, y un jinete que cabalga sin bridas al estilo de Alejandro Magno. Quería pedirles jalón para volar con ellos a la eternidad y reunirme con mi madre y mi amada en la estancia celestial.

En una carroza tirada por bueyes alados venia una princesa con su esplendor. Se detuvo frente a mi ceiba, me colge de sus faldones y raudos nos encumbramos rumbo al oriente. Pasamos sobre el imponente Chinchontepec que vigila el valle de Jiboa, más allá en el Chaparrastique que cuida las montañas del rio Grande de San Miguel y acullá el Conchagua, centinela inmortal del Golfo de Fonseca.
Las brisas marinas del golfo atrapan la carroza de mi princesa y me lance descendiendo como el águila real en la isla Conejo, isla que extranjeros pretenden robarnos. Y grite: ¡Esta isla es mía! Solo Poseidón me escucho en la profundidad del mar y sus aguas retumbaron aprobando mi verdad.

Carlos A. Burgos


Los Viajeros del Tiempo


La brisa suave y agradable van dejando pinceladas y dando diversas retoricas, mensajeras de la expansión. Nubes suspendidas y vestidas de variedad de colores. Blancas que evocan pureza y paz, tan ansiadas por los mortales, que tras de ellas querer correr, pero con su matiz rojizo hacen recordar al fuego ardiente de las expresiones humanas. Lanzan el sentido de persuasión y admiración del propósito de sus viajes.
También su metamorfosis se vuelve en nubarrones, oscuros amenazantes que a la natura en ventarrones llevan el juicio, por la sombra de avaricia del hombre.
Ha llegado el día de reclamar por la tala de sus aposentos…

Roberto Portillo.