viernes, 15 de mayo de 2009

El Turno del ofendido en la UEES


Martes 19 de mayo
10:00 am.
Aula Magana UEES
Programa:
  1. Palabras inciales por Norma Hernández (Unidad de Cultura UEES) y Mauricio Vallejo Márquez (Fundación Metáfora).
  2. Intervención Musical a cargo de Mario Lara y el taller de Música de UEES.
  3. Lectura de poetas invitados.
  4. Performance a cargo de Gabriel Alvarado y José Morales.
  5. Lectura de poetas invitados.
  6. Intervención musical a cargo de Mario Lara y el taller de Música de UEES.
  7. Palabras de cierre a cargo del Vice rector de Investigación.

martes, 12 de mayo de 2009

El taller aumenta su nivel




por Mauricio Vallejo Márquez

El oficio de escritor no es una actividad de personas que apenas procuran una ocupación para horas de ocio. Ser escritor requiere además de imaginación mucha disciplina y organización, el hecho de que algunos no la tienen y producen cuartillas a base del puro y único talento no es del todo cierto, pues quizá algunos elegidos como Rimbaud y Hugo lo puedan haber hecho, pero ante eso siempre tomemos en cuenta que hubo alguien que aportó para que estos genios conocieran las técnicas y se sumergieran en el mundo de la literatura.


En el Taller Literario de la Universidad Evangélica podemos apreciar estos casos. Cuando llegaron la mayoría de ellos apenas sabían de figuras poéticas. Ahora con toda seguridad practican algunas de ellas y las desarrollan con la evolución que el trabajo y la dedicación les permite.


Hilda ya publicó un libro de cuentos breves titulado "la historia de una lágrima" y participará en el encuentro internacional de poetas "El turno del ofendido". Su trabajo ya era destacable, pero ahora podemos apreciar que la mejora es sustancial.




Rafael empezó con más ánimo que cualquiera, y con conocimientos nulos acerca del tema ahora lo vemos escribir cuentos retratando mundos similares al de Poe, Doyle y otros. Pasó de asesinar duendes a tejer verdaderas intrigas y misterios.



Wilfredo aprendió a versar y a manejar las figuras literarias muy bien. Existe una gran diferencia entre sus primeros versos y los actuales. Ahora es el coordinador de la revista literaria La Fragua del Herrero.




María Antonieta ha descubierto que el mundo del ensayo le queda muy bien y le ayudará en su carrera de teología.


En tanto Gabriel Alvarado, David Panamá y José Morales que ya venían de experimentar talleres y de la costumbre devoradora de libros van mejorando su trabajo con el paso firme.


Los nuevos miembros como Ingrid, Carlos y Alfredo, aún debemos esperar un tiempo para ver su evolución.

También tenemos los casos de algunos que se han quedado un poco en su trabajo, pero que al practicar más y aumentar su lectura irán avanzando también.







Cuando el sol muera

por José Morales

Cada noche desde que el sol comenzó a menguar y los ciclo de la vida a estacionarse, Garu hacía el esfuerzo por volver costumbre el hábito de despertarse a una hora exacta, olfatear como un lobo, gruñir como una hiena y deambular por los desagües de la cuidad en busca de una presa que no existía. Sabía que esa costumbre lo iba a salvar de la monotonía. Algún día -decía- cuando seamos los únicos, cuando el sol finalmente decline, Deambulaba toda la noche, olfateando y gruñendo. Y cuando el sol de un nuevo día comenzaba a descubrir lo que las cloacas escondían. Garu, salía desde el fondo de una estrecha avenida subterránea, a las amplias calles de la ciudad. Caminaba cada espacio vacío olfateando y palpando las obras de la ingeniería. Era su hora, su hora preciada, justo antes que el sol se volviera insoportable, le gustaba tanto, que gozaba de aquel efímero momento, como el asesino goza de sus vicios. Pero el no era un asesino, era un cazador. Rasgaba las paredes, las vitrinas, las ventanas, inhalaba el aire de cada espacio vacio, se excitaba, se estremecía con cada bocanada, amaba aquel momento, aunque la luz lastimara sus ojos. Le gustaba esa sensación que le hacia recordar su anterior estado. Garu recordaba y se le hinchaba el corazón acelerado. Y con la mente en el pasado, miraba sus manos y no eran las de un hombre, miraba su patas y tampoco eran las de un hombre. ¿Cuanto tiempo había pasado desde que el y su estirpe infectaran la tierra? ¿Cuánto? se preguntaba, y volvía a la obscuridad de las cloacas. Hasta que las sombras dominen y el último hombre muera